Pensamos que sabemos lo que queremos, pero, ¿de verdad? En 2005, Lars Hall y Petter Johansson, ambos de la Universidad de Lund en Suecia, realizaron un experimento que transformó la forma en que los científicos cognitivos piensan sobre la elección. La configuración experimental parecía engañosamente simple. Un participante del estudio y un investigador se enfrentaron a través de una mesa. El científico ofreció dos fotografías de mujeres jóvenes consideradas igualmente atractivas por un grupo de enfoque independiente. El sujeto tuvo que elegir qué retrato le pareció más atractivo.
A continuación, el experimentador volteó ambas imágenes, las movió hacia los sujetos y les pidió que recogieran la foto que acababa de elegir. Los sujetos cumplieron, sin saber que el investigador acababa de realizar un intercambio utilizando una técnica de juego de manos conocida por los conjuradores como arte negro. Debido a que sus neuronas visuales están construidas para detectar y mejorar el contraste, es muy difícil ver negro sobre negro: un mago vestido de negro contra un fondo de terciopelo negro puede parecer una cabeza flotante.
Hall y Johansson usaron deliberadamente una mesa negra en su experimento. Las primeras fotos que vieron sus sujetos tenían la espalda negra. Detrás de ellos, sin embargo, escondieron una segunda imagen de la cara opuesta con la espalda roja. Cuando el experimentador colocó el primer retrato boca abajo sobre la mesa, empujó la segunda foto hacia el sujeto. Cuando los participantes recogieron las fotos con el dorso rojo, las fotos con el dorso negro permanecieron ocultas contra la superficie negra de la mesa, es decir, hasta que el experimentador pudo barrerlas subrepticiamente en su regazo.
La primera sorpresa fue que los interruptores de imagen a menudo pasaban desapercibidos: Hall y Johansson informaron que sus sujetos se dieron cuenta de que la foto que tomaron no era su elección real solo el 26 por ciento de las veces. Luego vino un shock aún mayor. Cuando los investigadores pidieron a los participantes que explicaran su selección, recuerden que eligieron la otra imagen, no vacilaron: «Está radiante. Preferiría haberme acercado a ella en un bar que al otro. Me gustan los pendientes!»un sujeto dijo, a pesar de que la mujer que realmente eligió no tenía pendientes. Pantalones ardiendo.
Una y otra vez, los participantes inventaron historias para dar cuenta de sus despreocupaciones. En lugar de reflexionar primero sobre sus elecciones y luego actuar sobre ellas, los sujetos del estudio parecían actuar primero y pensar más tarde. Sus justificaciones improbables indican que podemos usar la retrospectiva para determinar nuestros propios motivos, al igual que podríamos especular sobre lo que impulsa el comportamiento de otra persona después del hecho. En su artículo clásico, Hall y Johansson llamaron a esta nueva ilusión «ceguera de elección».»
La ceguera a la elección revela que no solo nuestras elecciones a menudo son más limitadas de lo que pensamos, sino que nuestro sentido de agencia en la toma de decisiones puede ser una farsa en la que somos los primeros en engañarnos a nosotros mismos. Aquí presentamos algunos otros ejemplos.